Farmacéutico - Cheff - Pintor especializado en Hiperrealismo animalista - Visualizador creativo - Reiki Master - Registros akáshicos - Escritor
AUTOBIOGRAFÍA


RECUERDOS


Un refugio en el mundo fantástico de la imaginación

Fue en un sencillo sanatorio de Villa Adelina, perdido entre manzanas pobladas por altos pastizales, donde aquella joven morena de mirada vivaz descansaba, con el temor de la primera vez, en una pequeña sala.
Hacía mucho calor, las ventanas estaban abiertas y las cortinas bailaban al compás de la brisa de verano. Una luz tenue iluminaba a las mujeres más emblemáticas de mi vida. Mi madre había llegado junto a mi abuela materna y en silencio, aguardaban nerviosas mi llegada. 
No fue antes de las tres y media de la madrugada cuando se escuchó mi llanto; me depositaron con dulzura en esos brazos que sabían de manera innata calmar cualquier tristeza y dolor. Con solo ocho meses quise conocer el mundo; no hubo forma de que esperara más y así fue como ese día, las estrellas marcaron mi camino.
La felicidad quedó opacada por el anuncio de que sería distinto, claramente diferente a la mayoría: tenía Síndrome de Down.
Mi estado prematuro, o mi capricho, me hizo dormir todo ese mes que había adelantado con el parto acrecentando día a día la angustia de mi madre que lloraba junto a la cuna.
El pediatra de la familia volvió de vacaciones y vaya uno a saber si fueron las súplicas de esa joven morena, o un diagnóstico apresurado, lo cierto fue que me encontró en perfectas condiciones de salud.
Los años me vieron crecer en una casa grande, junto a una familia igual de grande: mi abuela, mis padres, un hermano que llegaría cuatro años después que yo, un tío y su mujer. Muchas personas y, sobre todo, muchos caciques.
La convivencia no fue fácil, en especial por el tío que sometía verbalmente al resto, entre los que mi hermano y yo no escapábamos por ser niños; la cotidianeidad se había convertido en un maremagnum de peleas y así fue como a los ocho años me rebelaba al sistema dictatorial.
Muchas veces me he preguntado cuáles eran sus motivos, ¿las frustraciones, quizás?; aún hoy, a mis 45, no lo sé. Podría citar miles de recuerdos, imágenes que vienen a mi mente desde lugares oscuros, dolorosos; imágenes que el tiempo no pudo borrar, simplemente siguen allí, expectantes, dispuestas a encender en mi cerebro las luces rojas de alerta para mostrarme lo que ya no quiero más.
Éxitos y fracasos, según el punto de vista, llenaron mi vida y forjaron mi personalidad. 
Con el tiempo me recibí de profesor de dibujo; mi madre se había cansado de verme garabatear en cuanto pedazo de papel tuviera a mi alcance y había comprendido que mi alma también necesitaba un desarrollo artístico. Fue así como me perfeccioné en el Hiperrealismo animalista, emulando a grandes artistas como Axel Amuchástegui, Rajadell, Oscar Correa, a quienes admiro.
Más tarde me recibiría de farmacéutico, chef y maestro de Reiki, e incursionaría en el mundo del Tarot, la videncia, los Registros akáshicos y la escritura, especialmente en el género fantástico. 
De niño leía muchas novelas de género fantástico que le daban rienda suelta a mi imaginación; buscaba refugio en ese mundo mágico, quizás como una forma de evadirme de la realidad.
Hoy dejo que mis dedos escriban las historias que se tejen en mi mente y me nutro de esos mundos fantásticos, imaginarios, imposibles, como en Viaje al centro de la tierra, Jurasic Park, Avatar.
Así nació Akasha, mi primera novela, basada en una posibilidad improbable, ¿o podría ser posible?; un cuento corto que se fue haciendo cada vez más largo y se transformó en esta novela apasionante que nos deja la necesidad de aprovechar al máximo cada momento de esta vida efímera...

Aníbal Alejandro Rojo